No sé cómo ni cuándo pasamos de hacer un análisis de cada equipo a ver alguno de los partidos mientras preparo la comida, de soñar abrazados a intentar que los peques se queden quietos (en medio de los dos) y nos dejen dormir; las cosas cambiaron mucho y ese color rojo encendido fue perdiendo intensidad. Hoy nos envuelve la rutina, el cansancio, la vida laboral, el correr en las mañanas para llegar a tiempo. Hoy no surten efecto sus chistes cuando estoy molesta, el día no cambia con sólo oír su voz, ahora es necesario planear y organizar bien el poco tiempo que tenemos libre.
Las relaciones son en general sumamente complicadas, consumen tiempo, espacio y una cantidad tremenda de energía que uno bien podría utilizar en algo productivo como leer un buen libro, estudiar o practicar algún deporte. Hoy soy (aún más) consciente de cuánto detesto ver sus zapatos a la mitad del pasillo, de la pila de ropa sucia junto a la cama, de sus ganas de ver TV cuando necesito ir al super, de que no dejará de jugar con los peques para ayudarme a limpiar. He incluido en mi lista de actividades los desvelos para ver alguna película aún cuando los ojos se cierran como si tuvieran voluntad propia, en mi lista de compras figuran sus M&M’s, un “Hot Wheels”, premios para Corso y su botella de agua.
Es impresionante cuánto ha influido en mi vida cotidiana, cuántas cosas he dejado de hacer y cuántas más he empezado. De vez en vez me siento a su lado a ver algún partido del Manchester United aunque odio el soccer, escucho sus historias de basquetball aunque pareciera que habla en chino y he aprendido a identificar a las chicas que conforman su “lista”. Me he vuelto fan de Seinfeld, de Héroes, de los hermanos Cohen y de Woody Allen. Beirut se ha incorporado a la pequeña selección de discos que siempre están en el auto para ayudarme a sobrevivir al tránsito matutino.
Hace poco empezaba a hacer una lista de aspectos positivos y negativos de la relación. Sólo podía pensar en lo desgastante que puede ser (a veces lo es) y en que si no se tratara de él, si fuera cualquier otro individuo, no estaría dispuesta a seguir adelante en esta aventura, aprendiendo, divirtiéndome, arriesgándome a vivir al ritmo del latido de mi corazón. Después del período de miel sobre hojuelas siempre hay dos escenarios posibles: la relación termina o evoluciona. Llegué a la conclusión de que en este punto no pesa tanto lo que he hecho o dejado de hacer por seguir con él, es lo que juntos hacemos, inventamos o descubrimos… es evitar reproducirnos por temor a que nuestros hijos sean una mezcla de Sheldon Cooper y Pablo Boullosa (aunque en el fondo nos gustaría que así fuera), es tomar juntos el helado de los jueves mientras imaginamos los cambios que haríamos en los Vaqueros de Dallas para llevarlos al Super Tazón… es sentir cómo se acelera mi corazón cada vez que nos tomamos de la mano.