Thursday, March 7, 2013

Terapia doble, o después de un martes de mierda, viene la calma… Abusando de los paréntesis.



Hay días en que resulta bastante difícil poner buena cara y no pensar en lo estúpido que puede ser uno por confiar en y dar mucha importancia a la gente equivocada.

Cuando cursaba el primer año de primaria tuve mi primera depre ocasionada por ese sentimiento de no pertenecer al lugar en el que me encontraba. Recuerdo haber llorado durante días porque no me agradaba la escuela ni la gente que me rodeaba en ella.  Mamá decía que sólo era cuestión de acostumbrarme a un nuevo ritmo (con más tareas, una maestra gritona y en un edificio diferente al del kínder en el que pasé 4 de los 6 años que tenía en ese entonces), y que con el tiempo volvería a estrechar lazos con mis amigas, quienes seguramente se distanciaban por el mismo sentimiento de extrañeza que me rondaba a mí… pero eso no sucedió. Sin embargo, con el tiempo y pese a las vueltas que me llevaron y trajeron a esa escuela, pude acoplarme e integrarme a medias, aunque nunca llegué a sentirme realmente parte de ese entorno.

El punto, y tal vez mi problema, es que hasta este martes seguía intentando encajar en algo a lo que no pertenezco y entonces de pronto me llegó una “señal” –quizá de muchas que pasé inadvertidas- indicándome que ese no es el camino y que realmente no vale la pena seguir tratando de ser o tener algo que no es para mí.  Pero en esta ocasión había una gran diferencia: tuve a mi lado a alguien que realmente escuchara lo que tenía que decir, alguien con quien pude expresar ese nudo de sentimientos que se fueron acumulando con los años, aun cuando ni yo misma me había dado cuenta de ello.  Y entonces ese alguien cambió sus planes para acompañarme y apagar la amargura de mi martes con un miércoles verdaderamente delicioso… (y escribo miércoles porque así lo marcó el calendario, refiriéndome en realidad al resto de mi vida).

Mentiría si digo o escribo que todo es miel sobre hojuelas y que este es el final feliz con el que termina esta historia (como quien se topa por casualidad con un príncipe azul que llega y de deshace de la bruja mala del cuento) por dos sencillas razones: la primera es que en realidad todo comenzó hace ya algún tiempo, mucho antes de este martes fatídico; y la segunda es que ha estado plagada de altibajos, como es natural.  Llevamos algún tiempo trabajando sobre aspectos que no terminan de ajustarse, tratando de incrementar los buenos momentos y de solucionar y aprender de los no tan buenos y justo en este punto todo se mezcló.

Como todo buen héroe, ese alguien llegó con la intención era hacerme pasar una tarde de miércoles linda para olvidar el mal martes, con una invitación a toparnos con una de nuestras consentidas: Meryl Streep en Hope Springs. Aun cuando la crítica no la ha ayudado mucho, no se trata de una película mala y tampoco tan aburrida como se ha dicho. No es una historia de amor ni desamor, es una historia de un matrimonio como cualquier otro, enfocándose en uno de los muchos aspectos que le han dado forma durante los 31 años que Arnold (Tomy Lee Jones) y a Kay (Meryl Streep) han estado juntos y que los han llevado a un punto en el que no están seguros de si vale la pena continuar, lo que los lleva a una terapia de pareja con el Dr. Feld (Steve Carell).  Supongo que, como siempre, todo dependerá del cristal con que se mire, y fuera de las críticas técnicas (he de reconocer que tanto el tema como las actuaciones de los protagonistas daba para mucho más), las opiniones tendrán más relación con la forma en que vivimos nuestras relaciones… o lo que es lo mismo: cada quien hablará dependiendo de cómo le ha ido en la feria.

Al salir de la sala hice una escala obligatoria después de beber tanto refresco y, mientras me lavaba las manos perdida en el reflejo del espejo, me topé con un grupo de mujeres de unos 60 años de edad que platicaban con mucho sentimiento sobre sus impresiones de la película, una de ellas se sentía identificada al grado de casi llorar y las otras en general opinaban que sin importar lo que uno se atreva a reconocer, en todos los matrimonios hay al menos ‘algo’ de lo que Arnold y Kay tenían, refiriéndose tanto a los aspectos positivos como negativos. 

Me generó cierta curiosidad la dinámica del grupo, por un momento pensé en “las winners” (nombre con el que resumo la razón de mi mal martes) y traté de imaginar sus opiniones… definitivamente hubieran odiado la película y satanizado el matrimonio, sobre todo a aquellos que de una u otra forma han (o hemos) tratado se sacar adelante una relación (o mejor dicho, a los que han (o hemos) tenido alguna relación que valga la pena sacar adelante).  Luego pensé en las parejas de recién casados que conozco (o aquellas, incluyendo la mía, cuya relación es lo suficientemente seria o formal para ser consideradas en esa categoría) y en ese comentario/consejo/sentencia, tan sonado en las bodas, que en términos generales hace referencia a lo complejo que es acoplarse a una vida nueva junto a alguien que, aun con todo el amor del mundo, puede resultar ser en algunos aspectos un completo e irritante desconocido a la luz de la cotidianidad… y por supuesto, la esperanza de que con el tiempo, la voluntad y el buen tino para “amaestrar” al otro, todo termine en: “y vivieron felices por siempre”… cosa que en el mundo real dista mucho de lo que significa en un cuento de hadas.

Salí al pasillo al mismo tiempo que el grupo de señoras para, todas al mismo tiempo, reunirnos con nuestras respectivas parejas mientras me retumbaba en el cerebro una escena en la que el Dr. Feld se encuentra en una sesión de terapia con Arnold:

Arnold: "You come up here for one week and you're supposed to have a new marriage?"

Dr. Feld: "Arnold, your wife is very unhappy and you have to ask yourself, 'have I done all I could?'"

Y (como diría el adulto Kevin Arnold al narrar alguna de las aventuras de sus años maravillosos) entonces sucedió: ahí estaba yo, sintiéndome completamente aludida, recordando mi sesión de terapia del lunes anterior –como si todo lo relevante se hubiera agendado para la misma semana- siguiendo las instrucciones del Dr. Feld, cuestionándome si de verdad he puesto todo de mi parte para inyectar energía no sólo a mi relación de pareja sino a otros aspectos importantes de mi vida, porque, ¡vaya coincidencias!, justo el mismo día había yo decidido explorar cierto ejercicio introspectivo llamado “la rueda de la vida” de mi agenda 2013.

Después de dar varias vueltas al asunto llegué a la conclusión de que no, no he hecho todo lo posible, aún queda mucho por trabajar, por enmendar, por construir; quedan muchas experiencias por compartir y es en ellas en las que tengo la oportunidad de hacer florecer un poco más de mí y con ello un poco más de mis relaciones.

A final de cuentas, la invitación que pretendía ser un apapacho contra el mal sabor de boca del martes, terminó siendo bastante instructiva y alentadora para prestar la atención debida y equilibrar dos de los muchos aspectos de mi vida que piden a gritos los ajustes necesarios para funcionar correctamente; terminó siendo una dulce y tranquila tarde de miércoles, muestra de los pequeños detalles con los que mi héroe/príncipe y yo escribimos nuestra historia... incluyendo en ella a la gente que de verdad vale la pena, aunque claro, por más que se trate de ser selectivo siempre existe el riesgo de volverse a equivocar.



Por cierto, gracias al mal servicio de Telmex, los boletos para el cine fueron gratuitos...


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